Capítulo 1: Memorias sin vencimiento
En la caja fuerte de su padre, Amalia no encontró dinero ni documentos.
Solo sobres vacíos con fechas. Años concretos.
1989, 1993, 2001…
Y una nota manuscrita:
“Cada año que no recordé, me costó algo.”
Ese fue el principio de una búsqueda. No de herencias, sino de sentido.
Amalia no era economista. Era archivista. Sabía leer lo que los demás pasaban por alto. Y en esos sobres vacíos encontró la pregunta que marcaría su camino:
¿Cuánto cuesta olvidar?
Con el tiempo, descubrió libros que hablaban de inversión emocional, de simulaciones financieras donde el riesgo era no sentir, y la ganancia, poder recordar. Así conoció el concepto de libros de economía ficticia —obras que narraban decisiones invisibles como si fueran activos, pérdidas o pasivos simbólicos.
En una de sus lecturas anotó en el margen:
“La tasa del olvido no figura en los balances, pero los modifica todos.”
Comenzó entonces su propio ejercicio de lectura crítica: releer su vida desde la economía del recuerdo.
Anotaba en su diario frases como:
- “Débito por no volver a llamar.”
- “Inversión no amortizada: una promesa a medias.”
- “Dividendo silencioso: una fotografía guardada.”
En una conferencia sobre ética literaria, un autor leyó:
“Algunas pérdidas solo duelen cuando uno se atreve a contarlas.”
Amalia sintió que esa frase era su balance anual.
Desde entonces, su archivo personal se convirtió en un mapa de lo no dicho. Y su historia, en una prueba de que la comprensión financiera creativa también puede medirse en palabras rescatadas del silencio.
Porque olvidar —descubrió— no es gratis.
Y recordar, a veces, es la única forma de pagar lo que no sabíamos que debíamos.
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